La vida es una caída horizontal. La definición es de Jean Cocteau, pero se la leí a Bergareche.
Me gusta pensar que el haz de luz del sol en la foto de este post dibuja su trayectoria real en el cielo. Que un milagro nos hace ver el movimiento de las órbitas y el peso de la gravedad mientras paseamos despreocupados sobre la corteza de un mundo que parece plano.
Pero es solo un efecto del objetivo de la cámara. Y está bien.
La primera vez que entré en un quirófano era febrero. Recuerdo haber delirado sumida en un pesado duermevela. Tenía frío. “No tengas miedo”, dijo alguien. Pero miedo se tiene siempre, sobre todo al dolor. Recuerdo también haber escuchado una conversación en la camilla. Me sentía sucia y culpable por haberme caído. Como si hubiera tenido que estar preparada para el accidente o, al menos, para que me operasen. Pero tal vez era solo una cría asustada delirando y nada sucedió como recuerdo.
¿Por qué nos sentimos culpables por sentir lo que sentimos? Porque nos hacen sentir que algunos sentimientos no son tan importantes.
A veces tienen razón. Por eso, a veces hay que estar del lado de los que no la tienen.
Que Dios nos perdone por juzgar lo que desconocemos. A mí también.
Y que nos libre de la desafección; porque ese es el cementerio de las pequeñas alegrías que salen a nuestro encuentro.
Hay un ejército de esclavos de las causas del relato, del odio personal y de todos los vicios de quienes quieren reinar el mundo. Es porque demasiadas veces intentamos ser verdugos de quienes encarnan nuestros deseos.
Qué inútil es la culpa. Qué hábil. La culpa es la susurradora del miedo, y juntos inventan excusas.
Hay gente que prefiere ser temida que respetada. El temor hace siervos y el respeto personas libres. Y las personas libres son peligrosas para las que no lo son.
El precio de la libertad es la eterna vigilancia. Lo dijo Thomas Jefferson, que algo debía saber de esto.
Crecí escuchando a Joan Báez, que yo imaginaba como una capitana de todas las causas perdidas, también de las suyas. Creo que tal vez fue así, según “Dylan Goes Electric!”, que ha inspirado la película sobre Bob Dylan. Un poco de todo eso habla ‘Diamonds and rust’, su mejor canción, según ella misma.
Aunque yo no puedo olvidar su voz cantando a las tres heridas que a todos nos alcanzan: el amor, la vida y la muerte. Un disparo directo al pecho desde el tocadiscos del salón de la casa de mis padres.
Hace ya mucho tiempo de eso.
Todo se nos revela pronto, pero se nos olvida.
La vida es una caída horizontal. Pero una caída sublime.