Agosto es un mes magnífico para no estar de vacaciones
Es la ciudad vacía y el tiempo lento.
Poca gente y a su ritmo. La ciudad parece el mismo sitio en otro tiempo, u otro lugar justo en ese momento
Así andaba yo, divagando en mi páramo mental, cuando… ¡zas! Apareció la queja, el reproche cocinado a fuego lento, ese piloto que se enciende (que te encienden, todo sea dicho) y te recuerda que no vas por buen camino.
Mis hijos han emprendido una cruzada contra mi adicción a la cafeína.
Esta guerra me fue me declarada de un día para otro y a traición.
Estábamos sentados en una terraza, apurando la última brisa antes del mediodía, disfrutando del páramo mental y físico.
- “¿Qué queréis chicos? Yo un cortado con hielo, por favor”
Y ahí, justo ahí:
- “¿Cóooooomo? ¿Que te vas a tomar otro caféééééé?”
Reconozco que no me lo esperaba. La cafeína es una droga fenomenalmente aceptada. No fumo. He sobrevivido a más de diez años sin dormir de tirón sin darme a la bebida. Tengo pocos gustos y baratos. Y también tengo algunos gustos caros que ignoro con un estoicismo de libro.
¿A qué venía entonces este ataque por sorpresa?
La mejor defensa es un buen ataque. Eso dicen.
- “Sí, me voy a tomar otro. ¿Qué problema hay?”
Pero admitámoslo; lo de que la mejor defensa es un buen ataque sólo sirve cuando tu rival no ha elegido concienzudamente esa batalla. Si va a muerte no va a recular por mucho que enseñes la patita.
Y este era uno de esos momentos. El momento en el que las batallas con tus padres y con tus hijos se sincronizan en el espacio tiempo para darle forma a un sandwich en el que tú eres el jamón york al que enseñarle el camino. Y que sepas, de antemano, que no vas a tener razón, aunque declararse culpable no suele rebajar la intensidad del chorreo.
Ay, qué pereza. ¿No podíamos haberlo dejado para septiembre?
De repente he descubierto que todo son problemas con el café. Lo tenían rumiado al detalle, los muy traidores. No se ponen de acuerdo ni para ir a ver una película al cine pero estaban a un paso de imprimir camisetas con el lema: “Stop caffeine, mom”.
Es lo que tienen los reproches: para cuando se expresan han sido estructurados al detalle y tú apenas puedes preparar tu defensa. Qué injusticia. Con lo que yo he hecho por estos cachorros.
De nada sirvió que apelara a mi poder económico. “Pues lo pago yo como todo lo que vais a pedir, así que tomo lo que me da la gana”. Nada. Empezaba a sentirme como una drogadicta lanzando excusas peregrinas. No era el camino.
“Un poco de café es bueno; tengo la tensión baja”. Ese parecía un buen argumento, pero hubo que abortar el plan. Cinco minutos explicándoles lo que es la tensión baja para que no les pareciera concluyente. Y para que, además, me asestaran el golpe de gracia: “¿Tú no tomarías café en nuestro embarazo, no?”. Dios mío, debía haberlo esperado: son hijos míos, llevan más de una década observando cómo voy preparando en la recámara la siguiente pregunta.
¿De qué va esto? ¿Hoy era el día del juicio final y nadie me ha avisado?
Te pasas 5, 10 o 15 años prohibiéndoles la pizza dos veces por semana y los cereales. Controlando las cucharillas de cola cao y utilizando “no” y “procesado” en la misma frase. Y claro. Un día se dan cuenta de que no te aplicas el cuento y te caes con todo el equipo.
Cuando era pequeña, escondíamos los cigarrillos de los mayores en las comidas familiares. Sabíamos que la derrota era segura, pero un niño siempre encuentra la forma de cambiar el mundo. Envejecemos, de hecho, cuando dejamos de intentar cambiar las cosas.
Alguien dirá que dejar de luchar es un síntoma de madurez. Pero hay que elegir unas cuantas batallas, y en esas siempre hay que echar el resto. A veces es sacarse una oposición, otras conservar la paz y llegará el día, tal vez, que sea dar un paseo, hacer la cama, seguir mirándose en el espejo. La negociación es útil para alcanzar algunos acuerdos, pero mortal cuando implica ciertas rendiciones.
No se negocia quién eres. No se negocian la paz ni los afectos. No se negocian los límites.
No somos románticos, es que seguimos vivos.
Tengo que reconocer que lo del café, en mi caso, admite cierta negociación. No en cuanto a su abolición, por Dios, pero sí en cuanto a cantidad.
Y hay que planteárselo, porque sólo quienes nos quieren se atreven a cuestionar nuestras pequeños vicios y defectos sabiendo que la batalla está (casi) perdida. Si bajan los brazos o si callan demasiado tal vez estén ya muy lejos.
El valor se parece un poco al amor: va de apostar sin supeditarlo al resultado. Y a pesar de él.
Así que tomen café (o no), sean felices y coman lentejas, esas tienen pocas contraindicaciones
La foto es de hace años, de Alonso. Es una de mis preferidas. Yo creo que a pesar del café no salió tan mal.
😂 Ay, los pecados que cometí durante los embarazos! Café a toda hora del día. Pero salieron divinos los bebes! ❤️
Qué peleen los hijos, es un orgullo.
Qué hay cosas esenciales que no se tocan, imprescindible para la dignidad.
Que hay que negociar y construir inteligencia colectiva... Revolucionario.
... Pero el/los café/s 😋. Yo, lo declaro intocable. 💪